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En los tiempos del olvido hordas del continente asiático toparon con tierras nuevas y fértiles, en condiciones climáticas favorables, dando paso a una agronomía abundante liberándolos de las estaciones y de la escasez de alimentos. Desarrollaron técnicas agrícolas que les permitió garantizar la subsistencia de sus comunidades.
Estos cultivadores que conservaban toda una tradición alimenticia eran expertos en culinaria y medicina con sus productos básicos como maíz, papa, yuca, frijol y quinua, entre otros.
Pero, un día aciago, sorpresivamente llegaron hordas de cazadores y mediante su astucia, estrategias de guerra y superioridad de armas, les impusieron otra cultura basada en el comercio y una dieta fundamentada en carnes rojas de rebaños en cautiverio.
Diseñaron aldeas funcionales para garantizar la administración de los botines acumulados, imponiéndose el prejuicio de que los invasores pertenecían a una casta privilegiada debiéndose apartar del agro como algo indecente, oficio apto para los ignorantes.
La demanda de invasores cultos creció exponencialmente y brotaron como la hiedra instituciones que les otorgó el título de doctos para que gobernaran los destinos de una naciente y próspera civilización.
No obstante, esos doctores administraron en favor de sus interese olvidando a los aborígenes hasta generar un grado tal de injusticia que vinieron los reclamos y protestas, como respuesta llegó la represión, derivándose en una violencia ciega e incomprensible, una guerra entre guerrillas campesinas y el ejército oficial constituido por hijos de campesinos.
En medio de la confrontación a los invasores les llegó la orden de sus dioses de arrebatar las tierras a los agricultores nativos en pro de la explotación minera. Los campos fueron asolados y las tierras pasaron a unos cuantos propietarios que las vendieron a las compañías extractoras. Es así como las máquinas se atornillaron con sus chimeneas en las tierras fértiles arrasando los bosques.
A Las ciudades blancas llegaron en multitud como moscas los desplazados instalándose en los límites y transformándose en cordones de miseria dedicados al rebusque. Como los doctores no se preocuparon por cultivar ni preparar los alimentos, sólo administrar y consumir, industrializaron una dieta a base de comida chatarra cuyos empaques coadyuvaron a contaminar el agua y el aire.
Así se creó una sociedad mezclada de cultivados doctos y habitantes de la calle, nadando en basura plástica: plagados de alergias, desarreglos estomacales, un cuerpo minado de cáncer rumbo al VIH-sida.