Los labriegos son custodios de la vida misma, porque cuidan el campo desde el momento en el que preparan la tierra, cultivan los productos y recogen la cosecha que pasará a ser nuestro alimento. Sin ellos la vida en la ciudad no sería posible. Los campesinos hacen que el campo viva a pesar de que no reciben el mejor trato ni del gobierno ni de los compradores. Ellos están ahí, por encima del bien y del mal haciendo lo que saben hacer, para que a nuestras mesas pueda llegar el ‘combustible’ para vivir. Son solidarios: durante esta pandemia han compartido sus productos con los más necesitados. Los campesinos son amables, descomplicados, pero siempre francos, no callan nada que les disguste. Tienen esa sabiduría popular que es necesario escuchar y atender. Por todo eso y por mucho más hoy exaltamos su gran valor para la sociedad y les decimos: ¡Dios les pague!
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