Historia / MAYO 07 DE 2023 / 4 meses antes

El “Verraco de La Tebaida” y otras versiones de guapeza en la expresión oral

Autor : Por Roberto Restrepo Ramírez

El “Verraco de La Tebaida” y otras  versiones de guapeza en la expresión oral

Dibujo que representa al ‘Verraco de Guacas’.

Personajes, raices, costumbres, tradición, mitos e historias. Algo borroso ya, que hemos esccuhado los quindianos, desde tiempos pasados y que hacen parte de nuestra cultura.

Todos los municipios, veredas o sectores populares de grandes ciudades manejan en el imaginario colectivo una serie de historias, mitos, leyendas o anécdotas que se han transmitido de generación en generación, enriqueciendo el acervo folclórico de sus gentes. La autoría de los relatos, o los nombres de sus creadores, han quedado sumidos en el olvido, cumpliéndose así el ciclo de la narración demosófica que acude a la transmisión de lo anónimo, lo popular, lo funcional y lo que tiene un sentido de apropiación con relación a los usos y costumbres de la comunidad.

A nivel regional, el patrimonio folclórico ha persistido con la transmisión de mitos y leyendas muy arraigadas en la vida e historia de los habitantes. El mohán, La llorona, La madremonte, El cura sin cabeza y otros han hecho parte de la historia cotidiana y muchos de ellos tienen sus raíces en las culturas prehispánicas; mientras otros son una simbiosis de lo español y lo afrodescendiente con el aporte indígena. En tanto que otras versiones apuntan a los hallazgos y tesoros fabulosos que todos ansían encontrar. En el Quindío son muy populares los relatos sobre las cavernas de Peñasblancas, el Tesoro de Pipintá o la Laguna de Maravelez, para citar los tres más difundidos.

Pero la imaginación popular dio vida a otros que se nutren de las anécdotas parroquiales o de la existencia de personajes que descollaron por su bravura, valentía y fuerza física. Una de ellas probablemente gestó el “Verraco de La Tebaida”.

También escrito con B, el término verraco o berraco denota arrojo, destreza, desafío, audacia y dotes sobresalientes en cuanto a la potencia muscular. Lo que despierta la admiración, el temor de enfrentarse con él y la fama de peleador o pendenciero.

No es el único calificativo de “berraquera” para el aludido de La Tebaida. En el pasado, otros personajes -con sus pueblos de origen - llevaron esa fama y muy pronto el mote se extendió a las diferentes regiones que lo adoptaron. Un estribillo muy escuchado se refería a esas excelsas capacidades, que llamaban la atención por su fortaleza y valentía. Y así rezaba: “Si es el Alcalde es de Apía. Si es el Tigre es de Amalfi. Si es el Verraco es de Guaca. Si es el Putas es de Aguadas. Y el Guapo es de La Tebaida”.

Lo anterior se rememora para uno de los primeros burgomaestres de la población risaraldense de Apía. El de Amalfi, en Antioquia, era el equivalente a la peligrosidad de un felino - tal vez el jaguar - que dejó historia en esa población y que se endilgó a uno de sus habitantes. El nombre de Guaca era el que nombraba anteriormente a la actual población de Heliconia, también en Antioquia, y donde un personaje dejó esa fama de valiente. El ‘Putas’, calificación atribuida al demonio, también fue válida para referirse a uno de aquellos diestros peones de la época de fundación y colonización de la hermosa población del norte de Caldas. Y el de La Tebaida no solo se relaciona con el  nombre que se le da al cerdo reproductor, sino que tiene que ver con los  buscapleitos de nuestras pequeñas poblaciones.

En mi pueblo natal, Filandia, en el Quindío, los hubo a montones pues ellos sobresalían por la fuerza y - aunque algunos pequeñitos de estatura - les sobraba la fama de fortachones y buenos cargadores de pesados bultos de café. Pero, sobre todo, pasaron a la historia como los “peleadores y guapos de la época”, a principios del siglo XX. Los referenció mi padre, Carlos E. Restrepo, en su publicación titulada “Filandia reseña histórica”(Tipografía Santa Rosa, Santa Rosa de Cabal,1963): “...Los Salvias de Yarumal, los Nietos, Ramón Salazar y los Naranjos (Rosendo e hijo), Domingo Cano, Melo Cortés, los Quinteros, los Parras y los Britos, Belisario Ramírez, Jesús Martínez, Luis  Idárraga y los Moncadas de Pavas y el Corozal, Horacio Ramírez, Arlez Arias y los Alzates. No olvidaremos tampoco al gran Toño Blandon el crespo”.

Se cuenta que algunos de ellos debieron ser multados por la autoridad y, en consecuencia, esa sanción se convertía en prohibición para utilizar sus certeros puños en la humanidad de las otras personas.

Con respecto al ‘Putas de Aguadas’, el historiador caldense Albeiro Valencia Llano nos recuerda, en dos párrafos de una crónica titulada “El putas de aguadas y los niguateros” (Periódico El Andino), las historias de aquellos jóvenes que comenzaban su experiencia de peones  en las fincas de los pueblos colonizados por los antioqueños y que  salían de sus hogares paternos para emprender rumbos de aventura y nuevos destinos, lo que hicieron desde  Aguadas hasta el Quindío: “Alargar pantalón significaba que podían irse de casa. El padre no daba dinero a los hijos por su trabajo, solo alguna ropa de vez en cuando. El trabajo de los hijos se convertía en ahorro que ayudaba a hacer la finca. Los hijos abandonaban el hogar para buscar un empleo y construir el futuro...”.

“...Llegaban precedidos de buena fama: aventureros, buenos trabajadores mujeriegos e inteligentes. En este ambiente la cultura popular creó dos mitos: el Putas de Aguadas y el Niguatero de Salamina”.

El intelectual quindiano Francisco Cifuentes Sánchez, en su libro “La Tebaida Quindío”  (Ediciones Luz, Calarcá, 1993), se refiere al  término “El Verraco de La Tebaida”. Aunque son varias las versiones sobre el origen de la expresión verbal - también esgrimidas por otros escritores regionales - también es claro que los tebaidenses se han apropiado de su existencia narrativa, queriendo mostrar así la tenacidad de sus pobladores. Cifuentes Sánchez se refiere así al  poema de Darío Aristizábal, extraído a su vez de una revista publicada en 1984, y en la que ya se habla de dos personajes del municipio, famosos por su valentía para la pelea. Son los hermanos Rubén y Juancho Moreno. Así aparece en el texto poético: “Rubén y Juancho Moreno eran dos hombres sin alma, sus machetes rubricaron la guapeza de su fama. Fueron seres de coraje, la traición no la empleaban, ellos labraron la historia del verraco de La Tebaida”.

Representación escénica del ‘Verraco de Guacas’.

Monumento al ‘Berraco de Guaca’ en Heliconia,Antioquia.

Sin embargo, otras versiones populares se mencionaron en los corrillos ciudadanos. Se habló de un cerdo verraco, pues se le daba ese nombre al animal sin castrar y apto para procrear. Fue famoso en el pueblo por la cantidad de cochinitos que engendró, allá por los años de fundación del caserío. Igualmente, los relatos se refirieron a un burro de gran falo, que engendró muchas mulas en los parajes cercanos al poblado. De la primera versión, tal vez se deriva otra expresión cotidiana, que se pronunció en parajes campesinos del Antiguo Caldas, en el sentido de “llevar la marranita al verraco de La Tebaida”.

También se asoció esa fama de verraco a muchos gallos que ofrecían los espectáculos en la antigua gallera Monterrey de La Tebaida. Y también a los macheteros de la “grima montañera”, cuyas reyertas y trances  dieron origen al ritmo folclórico del “baile de los macheteros”. En la historia municipal no faltó quien lo relacionara con los ataques macheteros y alevosos de la época de violencia partidista. O también con los parroquianos que se hacían sentir, en medio de las borracheras, en los lugares de diversión.

Otra atribución bien interesante del término es referida por Cifuentes Sánchez. Sea cual fuere la versión original, el “Verraco de La Tebaida” es un aspecto del patrimonio cultural inmaterial que ya trascendió la murmuración o la anécdota, para simbolizar el talante cultural de una localidad que ha aportado mucho a la historia del Quindío. En efecto, la recuperación de este aspecto del folclor dio lugar a la creación colectiva titulada “ El Verraco de La Tebaida”, en las tablas, a cargo del Taller Teatral El Yunque, de la Casa de la Cultura del municipio. Desde 1983, su directora, Luz Marina Botero, quiso representar con esa obra de teatro, el contexto histórico y social que tal expresión oral ha despertado en la comunidad tebaidense.

La curiosa versión sobre una especie de Robin Hood criollo, pero con faceta de arriero, es la que presenta el cronista santarrosano Heriberto Gil Ramírez, en su columna del periódico local de la “Ciudad de las Araucarias”. Es un  curioso argumento sobre tal calificativo de guapeza. Se titula “Reseña histórica del legendario verraco de guacas”(Periódico El Faro, número 4, Santa Rosa de Cabal, marzo de 2007): “En la vereda de Guacas en Santa Rosa de Cabal (Risaralda) existió un campesino de nombre Abel Marín Chica. Fue mujeriego, parrandero, jugador y peleador, pero solamente en los casos en que defendía lo suyo y los derechos de los demás. Murió de muerte natural y soltero; de contextura regular, bien presentado, usaba bigotes y era muy colaborador con las demás personas. Usaba sombrero de paja, poncho, pañuelo “rabo de gallo”, delantal, alpargatas, carriel, peinilla, cuchillo y “verraquillo de tres nudos”. Portaba dado y barajas y en cualquier parte extendía el poncho y abría el juego. No le gustaba la humillación a los débiles o flojos en la pelea porque salía en su defensa, desafiando al contrincante con la frase: “Pelié conmigo que yo sí soy verraco”. Usaba la peinilla, el cuchillo y el “verraquillo” para todas las contiendas, realizaba “paradas” de manos y se arrodillaba con la peinilla, desarmando a su adversario con este acto rápido y ágil. Nunca llegó a herir a sus contrincantes con las armas que utilizaba, sólo los golpeaba con la cacha del cuchillo para no herirlos y les daba una muenda como escarmiento y prevención por el respeto que debían tener para con lo demás”. 

El autor de la versión santarrosano, con frecuencia, personificó al ‘Verraco de Guacas’ en eventos públicos, convirtiéndolo en una forma de representarse en el ámbito campesino y comunitario. 

Las versiones de guapeza de Heliconia (Antioquia) y Santa Rosa de Cabal se parecen en  los topónimos Guaca y Guacas. Aunque en su forma  difieren en la descripción del personaje, podría corresponder aquello al carácter andariego de un término, el del  ‘Verraco’ o ‘Putas’, muy arraigado en el sentimiento paternalista de la región.

Escultura que representa al ‘Putas de Aguadas’ en esa población caldense.  Foto:Carlos Valencia

Monumento al ‘Berraco de Guaca’ en Heliconia, Antioquia.

 


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