Opinión / FEBRERO 02 DE 2023

Tinto caro

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En estos días me acerqué a un grupo de amigos en la plaza Bolívar de Calarcá. Sentados en un escaño, decidían entre bromas quién invitaba a tomar tinto, se quejaban del valor que está tomando esta y otras bebidas afines en las cafeterías. Uno de ellos, que vive en un edificio cerca, decía que iba a tener que preparar tinto en un termo grande para invitarnos cuando estuviéramos por allí.

Un colega precandidato a la gobernación hablaba del cuidado que había que tener con el billete ahora con tantas reuniones, hacía cuentas que apenas arrancando, en solo tinto, se podía gastar más de ciento cincuenta mil pesos diarios.

Desde antes de iniciarse esta espiral inflacionaria que nos volvió a todos mucho más pobres como por ensalmo, ya el café, las aromáticas y los demás productos de las cafeterías empezaron a remontar su valor hasta llegar a precios que amenazan romper con la tradición del tinto, que nadie duda, ha contribuido a definir la identidad de los colombianos.

Esas bebidas accesibles y democráticas que acompañan siempre las conversaciones y que se encuentran en todas partes, se van transformando en productos suntuarios a los que cada vez tiene menos acceso el ciudadano corriente.

Hay que ver lo que es entrar a esos sitios nuevos, casi siempre bien decorados que aparecen cada día asechando a turistas y sobre todo a los parroquianos que tenemos el paladar manchado de tomar tinto desde que dejamos el tetero, ofreciéndonos, filtrados de café, americanos, fermentados, frappés, granizados, capuchinos, bombones de café, aromáticas de frutas de colores o el modesto pintadito vestido de frac con dibujitos con el nombre ampuloso de late a precios que pueden estar entre los cinco y los quince mil pesos, sin contar con el valor del servicio.

Pero no solo eso, proliferan negocios de ese estilo carísimos donde venden tortas, pasteles, malteadas, etc. Hace poco en uno de los encumbrados expendios de estos productos cobraron por dos gaseosas tamarindo y dos pequeñas almojábanas veinte mil pesos, en otro, ocho mil por un porción normal de torta.

La insatisfacción es general en el Quindío, y no se ve ningún control de precios, o mejor, ninguna política pública de precios, que cuide el destino y que impida literalmente desplumar a turistas propios y foráneos. En Calarcá, todos lo sabemos, hay por lo menos cuatro lugares, donde es absolutamente prohibido para los ciudadanos de a pie consumir productos de este tipo.

Al paso que vamos, nos va tocar hacer como unos famosos tacaños que se reunían por horas, también en la plaza de Calarcá y cuando se ponían de acuerdo en ir a tomar tinto, se levantaban todos y cada uno se iba para su casa.


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