Historia / ABRIL 02 DE 2023 / 1 mes antes

La historia del terremoto que golpeó a Popayán en pleno Jueves Santo, hace 40 años

Autor : Roberto Restrepo Ramírez / Especial para NUEVA CRÓNICA QUINDÍO

La historia del terremoto que golpeó a Popayán en pleno Jueves Santo, hace 40 años

Popayán, 1983. Foto : Cortesía

En este evento de marzo de 1983, más de uno se impactó de que haya sucedido en el marco de la Semana Santa más ceremoniosa del país y una de las de mayor acervo tradicional en América. 

El 31 de marzo de 1983 -un Jueves Santo- la solemnidad de la Semana Mayor se vio vulnerada por la ocurrencia de un terremoto en el Cauca, que destruyó tácitamente a Popayán y afectó a poblaciones vecinas. Curioso, por decir lo menos, que un evento telúrico se ensañara con la ciudad que ostenta -dentro de la categoría de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad- uno de los merecimientos más sublimes del orden celebrativo. Y esto se asevera si tenemos en cuenta que, a través de los siglos, se les haya dado un cariz religioso a las respuestas sobre el origen -sobrenatural- de los desastres de la naturaleza. En este evento de marzo de 1983, más de uno se impactó -por la fecha y momento del terremoto- que haya sucedido en el marco de la Semana Santa más ceremoniosa del país y una de las de mayor acervo tradicional en América. Y que sus procesiones y pasos, destacadas como las más ricas en ornamentación y detalles históricos, se hubieran suspendido para atender los rigores de la tragedia. En segundos, la cúpula de su catedral se desplomó, provocando la muerte de los fieles que se concentraban en su interior, mientras en el resto de la “ciudad blanca” se contabilizaron alrededor de 300 fallecidos y sus construcciones civiles y religiosas de la Colonia resultaron destruidas considerablemente. 

Tal cual ha ocurrido con otros terremotos en Colombia, a través de la historia, las ciudades colapsadas comenzaron una nueva etapa de reconstrucción. Y ellas, con sus regiones, pudieron marcar un cambio transformador en el ámbito urbano, a tal punto que ello creó el imaginario de “un antes y un después del terremoto”. Ello sucedió, entonces, en Popayán, en Bogotá de 1917 y en el Eje Cafetero, con motivo de la tragedia de 1999. 

La siguiente mención de la revista Credencial Historia, en su separata titulada “Ciudades de Colombia”, publicada en el año 2009, página 226, retrata el aspecto de la ciudad que vendría después del terremoto, y desnudó la nueva realidad social que se presentó: 

El fenómeno sísmico no solo agrietó la Torre del Reloj, sino que abrió una inmensa fisura en la conciencia social de las élites. Las gentes venidas de afuera cambiaron la forma de vivir de la ciudad. El 31 de marzo de 1983 unos pocos segundos rompieron la linealidad histórica y la inercia acumulada”. 

Se refiere la cita anterior a la transformación de aquella ciudad, que recibió nuevos flujos poblacionales y que vio expandido su desarrollo urbano en los años siguientes. Como ocurrió también con Bogotá, desde los años 20 y con Armenia en los inicios del siglo XXI, olvidando las afugias de los terremotos que las habían asolado. 

Pero algo quedó en el imaginario de Popayán -y de otras ciudades vulneradas por los sismos- que determinaron también un cambio de mentalidad frente a la explicación de los desastres. No obstante, se pudieron haber esgrimido una serie de razones de fanatismo religioso, que trataban de explicar la ocurrencia del sismo en un Jueves Santo (y tal cual muchos lo afirmaron), se pudo comprobar que el paso de los años había gestado un criterio más tolerante frente a las tragedias, sin circunscribirlas en el marco del castigo divino, como ocurrió con otros terremotos del pasado. Ya la ciudad había sufrido en los eventos anteriores y también sus templos religiosos resultaron afectados. La siguiente es la relación de los anteriores eventos sucedidos en la región de Popayán, publicados en el fascículo número 26 de la serie “Así es Colombia” del diario El Espectador, julio 28 de 1986: 

En el siglo XVIII, en 1735 y 1736, los temblores dejan en ruinas un templo y muchas casas particulares. El terremoto del 12 de julio de 1785, el más fuerte del siglo, no solo se ensañó con Santa Fe de Bogotá y sus alrededores, sino que mostró sus efectos destructores, también, en Ibagué y Popayán. Y en el año 1797, febrero 4, nuevamente tiembla en esa ciudad. En el siglo XIX, año 1826, entre mayo y junio, se produce una sucesión de movimientos fuertes en la zona que abarca a Popayán y se repite en 1834, enero 20, con extensión a Pasto y Nariño. El más grave, finalizando el siglo, sucede el 25 de mayo de 1895, con la destrucción del templo de San José que servía de Catedral, daños graves en los de San Francisco y la Encarnación. Entrado el siglo XX, el pavoroso maremoto de Tumaco de enero 31 de 1906 produce desolación en las costas de Ecuador y Colombia y daños en Popayán, Cali y Pasto. Se le consideró como uno de los más desastrosos. 

Para 1994, el 6 de junio, la avalancha del río Páez, en la zona del Cauca, se constituyó en el otro evento que hace parte del historial de sismos. A todos los colombianos nos afecta emotivamente, indistintamente hayan ocurrido en Popayán, el Cauca, Bogotá o el Eje Cafetero. 

En un artículo de la Revista Credencial Historia, edición número 140 (agosto del año 2021) su autor, Juan Carlos Jurado, se refiere a las rogativas y respuestas religiosas que se ofrecían por parte de las comunidades, cuando ocurrían los desastres naturales. Eran las manifestaciones públicas, “nacidas de las angustias y frustraciones de las sociedades agrarias (de los siglos XVIII y XIX) por su incapacidad para dominar el medio y que eran decretadas y organizadas por los cabildos en concierto con las autoridades eclesiásticas”. En el caso de Popayán, se recuerda otro terremoto en noviembre de 1827 (y también relacionado en el fascículo de “Así es Colombia” de El Espectador) como el “que vino acompañado de un ruido semejante al trueno” y es el único evento que informa sobre algo alusivo a las rogativas religiosas. Está presente en un artículo de Señal Memoria, que lleva por título “El terremoto de Popayán de 1827”, del 16 de noviembre de 2022. En dicha publicación se menciona al famoso sacerdote jesuita Jesús Emilio Ramírez González, quien se refiere a ese hecho en su obra “La historia de los terremotos en Colombia”, del año 1975. Aparece allí, sobre este terremoto de 1827, la descripción de un viajero francés, Jean Baptiste Boussingault, quien vivió la experiencia del movimiento telúrico: 

…mi casa se despedazó, yo estaba escribiendo. Como el movimiento continuaba salí y vi a uno de los criados en oración cantando: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos de todo mal. Entré a mí choza y comencé a contar el tiempo en el cronómetro. La tierra tembló aún durante tres minutos más…”. 

Juan Carlos Jurado, en ese artículo, titulado “Terremotos, pestes y calamidades, del castigo y la misericordia de Dios en la Nueva Granada, siglos XVIII Y XIX”, se refiere a los santos a los que era común encomendarse en las rogativas. Con referencia al terremoto del 12 de julio de 1785 que destruyó a Santa Fe de Bogotá, son ellos a los que se invoca: 

San Francisco de Borja, el Cristo Crucificado de las Nieves y al que se considera el protector contra los terremotos, San Emigdio. También menciona otras advocaciones. Son ellas las de Santa Bárbara y los huesos de San Feliciano. 

En cuanto tiene que ver con otras regiones, para apaciguar los desastres, se llama a las bondades de San Isidro Labrador, para favorecer los cultivos, la Virgen del Buen Viaje para proteger a los conductores y marineros contra inundaciones, lo mismo que la devoción a la Virgen de los Dolores y Nuestra Señora de la Salud. De especial relevancia tiene la petición, en el municipio de Ancuyó, Nariño, a Nuestra Señora de la Visitación, que tiene gran fama como protectora de los cultivos: 

De su manto prende una langosta de oro, resultado del favor que hiciera a uno de sus devotos el exterminarlas. Se cuenta que al invocársela aparecían bandadas de aves y pájaros para comer y exterminar a los insectos “. 

No podría faltar un hecho legendario de Bogotá, sucedido en el siglo XIX. Se trata de la profecía de un sacerdote, Francisco Margallo Duquesne, quien en 1827 pronunció la siguiente frase sobre la suerte de la capital de la república: 

“El 31 de agosto de un año que no diré sucesivos terremotos destruirán a Santa Fe”. 

Lo curioso es que en esa fecha de 1917 ocurrió el terremoto de Bogotá y quedó en el ambiente la sensación de haberse cumplido la maldición. El desastre de la capital empezó con una serie fuerte de temblores que causó daños a unos 400 edificios, dio en tierra con la iglesia de Chapinero y derribó una vez más la capilla del cerro de Guadalupe, la que había sido destruida en 1875.


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