
Una madre y una dama maravillosa que permanecerá en nuestros corazones para siempre, un ser humano que se fue con la luz y con Dios y con esa luz permanecerá eternamente.
Mi mamá nació en Jardín, Antioquia el 18 de julio de 1919 y falleció el 22 de septiembre de 2019 en la Ciudad Milagro, sus padres Carlos González Peláez y Felicidad —Lala—Restrepo Vélez —prima del expresidente Carlos E. Restrepo— nacidos también en Jardín; seis hermanos: Cecilia, Julieta, Libia, Marina, Alicia y Enrique, todos fallecidos.
Cursó estudios hasta tercero de bachillerato, el último año que tenía el colegio de su ciudad natal, donde vivió su alegre juventud en la casona del marco de la plaza; entre muchos pretendientes escogió al sastre y maestro de escuela Gabriel Echeverri Gil como esposo y compañero de toda la vida, hijo del coronel Ramón Echeverri Correa, veterano de la Guerra de los Mil Días, y de Carmen Gil, habitantes de la misma bella ciudad del suroeste antioqueño, once hijos: Ramón, experto en seguros, tres hijos; Alberto, registrador municipal del Estado Civil, campeón de ajedrez, dos hijos; Jaime, abogado, tres hijos; Óscar, ingeniero industrial, tres hijos; Jorge, magíster en educación y filosofía, dos hijos; Gabriel, estudiante de filosofía y abogado, tres hijos; Gonzalo, árbitro retirado y tenor, un hijo; Olga, Trabajadora Social, tres hijos; Gloria Lucía economista del hogar, tres hijos y Adriana magíster en educación y actual directora del Instituto de Bienestar Familiar Quindío, una hija.
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Quebrada bonita
Después de la ceremonia nupcial oficiada a las cinco de la mañana por el cura párroco del municipio, mis padres tomaron rumbo hacia el pueblo de Risaralda; a caballo como se estilaba en la época, antes de partir arrimaron a la finca de mis abuelos —Quebrada Bonita—, les contaron del evento y desde luego les pidieron la bendición; conocedores del suceso por comentario previo del señor párroco, asintieron la marcha con mulas de remuda, la bendición al matrimonio y los deseos de un buen futuro; fue una larga travesía de felicidad: hijos, trabajo en el hogar y sastrería de calidad, en Risaralda, en Marmato, en Supía, en El Salado, un corregimiento de Riosucio y en Guática.
La tía Emilia
Una de las hermanas mayores de mi papá, personaje inolvidable en el seno de la familia, docente de carrera y residente en Risaralda, gracias a su amistad con el secretario de educación de Caldas, a la sazón oriundo de Jardín, logró que lo nombrara maestro de escuela, a partir de este momento su oficio principal fue esta abnegada y bella tarea, con el complemento de la sastrería que hacía en las horas de la noche.
Santa Ana de los Caballeros
En esta bella y pintoresca vereda de Guática, desde 1947, mi padre fue maestro de los tres cursos existentes; en el único y espacioso salón reunía los niños en las filas del año correspondiente: era una tarea admirable y en mis recuerdos de niño veo su figura bonachona enseñando las primeras letras con paciencia extrema de maestro y de guía, en una región indígena de la comunidad de los Chamíes, muchos de ellos asentados todavía en ese territorio.
Doña Teresita —como le decían en la comunidad— en las visitas periódicas del médico Gardner de Anserma, aprendió toda la gama de primeros auxilios y rápidamente comenzó a prestar estos servicios que incluían inyectología, mordeduras de perros u otros animales y muchas atenciones de urgencia; dedicó la mayor parte de sus días, sin descuidar los cuatro pequeños que nacieron en Santa Ana, incluyendo quién esto escribe; en síntesis fue enfermera hasta 1960, cuando mi padre fue trasladado a Chinchiná, Montenegro y finalmente Armenia, donde se pensionó.
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Maestra de escuela
En 1961 fue nombrada maestra en la escuela Córdoba de mujeres de Montenegro, años más tarde ejerció en la escuela Perpetuo Socorro de Armenia, admirable institución que estaba localizada al frente de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, con los años pasó a la escuela Cristóbal Colón en el barrio Corbones. Se pensionó el 7 de abril de 1983.
Fue una educadora entregada a la formación integral de sus alumnas con dedicación extrema y poniendo en práctica su carisma de mujer feliz y comprometida con la educación ; de sus alumnas se escucha siempre una frase de cariño para Doña Tere, o Doña Teresita, una pedagoga valiosa y humilde, grande en su personalidad atrayente y amable.
¡Jardín de mi alma!
Cuando los colonos antioqueños llegaron a las bellas tierras del suroeste exclamaron sorprendidos ¡esto es un Jardín!, en efecto en dicho hermoso territorio, Indalecio Peláez —antepasado del abuelo Carlos— y otros ciudadanos fundaron la localidad de Jardín que en 1882 sería erigido como municipio de Antioquia; considerado por propios y extraños como uno de los más bellos de Colombia, su parque fue declarado monumento nacional y sus sitios y lugares de ensueño la querencia permanente de mi madre, su adoración y su nostalgia por siempre; viajó muchas veces a recorrer los recovecos de su infancia y adolescencia inolvidable y aun con sus cien años a cuestas, pedía a sus hijos como un clamor en el alma,volver a Jardín.
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Lectora entusiasta
Mis padres eran lectores infatigables y después de sus tareas cotidianas las velas alumbraban su habitación, en los diversos sitios de residencia; recuerdo por lo menos cuatro buenas bibliotecas que resistieron la trashumancia de los maestros que servían bien a la patria, con sencillez y muchos saberes; a la muerte de mi padre el 10 de noviembre de 1991, ella siguió adelante con la responsabilidad del hogar, pero nunca abandonó los libros, muchos los leyó por lo menos dos veces: Los libros de Ágatha Christie que conoció al dedillo; Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas; Corazón de Edmundo D’ Amicis; Crimen y Castigo de Dostoyevski; Los Miserables de Víctor Hugo, muchos más; fue lectora de periódicos y estaba al tanto de la vida nacional y de los acontecimientos. Mi último libro Pinceladas, en sus últimos meses, lo leyó con atención pero se dio el lujo de escoger los personajes de su predilección.
Mi mamá es un personaje inolvidable y vivió con plenitud los avatares de un siglo pletórico de acontecimientos; amable, jovial,apreciada por sus alumnas y por la gente que la rodeo, no le sacó el cuerpo a las fiestas, agasajos, bailes y compromisos culinarios, sin duda se destacó por su calidad de anfitriona y fue una viajera incansable, como lo había sido también mi abuela Lala; su maleta siempre estaba arreglada por si las moscas y conservó invariablemente una alegría contagiosa, que nunca opacó los hechos de la vida cotidiana, a veces difíciles como lo era también para muchos ciudadanos.
Mujer de avanzada, hasta el último de sus días conservó una postura crítica y en medio de versos, poesía y lecturas diversas,no era ajena a los temas de política nacional. Una vida apasionante de una excelente mamá que vivió cada minuto de su vida con una sonrisa contagiosa y un amor por la existencia humana, sus hijos, Antioquia y Jardín.
Con viva emoción escribo estas palabras en su memoria ; las podría extender con referencias y muchísimas anécdotas pero la limitación de la edición me exige poner un punto suspensivo: una madre y una dama maravillosa que permanecerá en nuestros corazones para siempre, un ser humano que se fue con la luz y con Dios y con esa luz permanecerá eternamente.
Gabriel Echeverri González
LA CRÓNICA