Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Las crisis económicas evidencian la verdadera cara de un sistema económico capitalista contradictorio, terrible, perverso. Desequilibrios en la distribución de la riqueza, desigualdades sociales, pobreza, marginamiento, impactos ambientales; cargas impositivas de un Estado insaciable, desarticulado, incoherente y un poder político enquistado, caótico, arbitrario, que no brindan ninguna esperanza a las expectativas humanas y sociales de justicia, igualdad y desarrollo económico sostenible.
Las crisis de la economía orientan la crítica hacia el modelo económico y las leyes de la reproducción social. Y el dilema de siempre: si la intervención del Estado en la economía o una economía de libre empresa dejada a las leyes del mercado. Estos problemas fueron anticipados por dos grandes economistas: Keynes y Hayek. Y con ellos una discusión que todavía está vigente: el papel del Estado y la voluntad política de intervenir la economía global de un país. Sabido es que las leyes internas del capitalismo no regulan ni corrigen el carácter depredador de la libre empresa, y, a sus anchas y en plena libertad, los actores económicos tienden a destruirse y destruir consigo una economía que por sí misma no se rehace ni se regenera. Para Keynes, el Estado es pues un actor fundamental cuya función es corregir la tendencia destructiva del mercado, con normas reguladoras de la competencia, con inversiones, apoyo a la industria y generación de empleo.
Contrario a la intervención del Estado en la economía estuvo Hayek, quien veía un grave riesgo en la economía al arbitrio de una burocracia, de técnicos y especialistas, cuya información, sesgada y fragmentaria, se presta con frecuencia a decisiones gravosas que afectan a la inmensa mayoría. Confiar la economía a su propia dinámica sin la intervención de burócratas, que por los regular distorsionan los fundamentos de la libre competencia e introducen prácticas viciosas que favorecen a unos y afectan a otros. Además, la intervención del burócrata en la economía le otorga un poder absoluto, por lo común rutinario y simplificador, como para conducir de modo negativo y arbitrario el desarrollo de una economía que tiene leyes y ciclos. Hayek se opuso a la posibilidad de una economía dirigida por burócratas y que nuestra libertad quedase en manos de ellos.
Pero el sistema económico capitalista es perverso, y no deja dudas de lo terrible de una tenaza conformada por una economía opresiva y una burocracia arbitraria y represiva.