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“Llámame por mis verdaderos nombres/para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas,/
para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa/.Por favor, llámame por mis verdaderos nombres/para que pueda despertar/y quede abierta la puerta de mi corazón,/la puerta de la compasión”, escribió el recién fallecido monje zen, Tich Nhat Hanh. Vietnamita. Abro ahora la puerta de su piadoso corazón. Sin palabras, como desde 2014 cuando un daño cerebral le imposibilitó a Nhat seguir hablando. Con la presencia de un paisaje sin palabras, observado como imágenes, colores, cantos o sabores, le llamo por otros de sus verdaderos nombres: Tich colibrí, Nhat mariposa, Hanh neblina. Tich arroyo, Nhat montaña, Hanh jugosa sandía. Sé que nos escucha. Los habitantes del mundo, de ecuménicas religiosidades, le llamaron paz. Hermandad. Convivencia. Desde cuando dicho incidente lo impregnó de ineludibles silencios, Hanh se comunicaba mediante sutiles giros, dúctiles movimientos de su brazo y su mano izquierdos; flexiones de cinco dedos bosquejando, entre el límpido aire de la ancestral pagoda de Hue, naturales mudras; igual que con su expresividad facial, entretejida de reveladoras miradas. Zen del silencio, hasta fallecer a los 95 años de edad, el sábado 22 de enero de 2022. Mientras creman tu cuerpo, Tich, tal vez algún monje de la histórica pagoda Tu Hieu, en la región de Hue, Vietnam, idóneo para discernir sermones sin palabras, sonría con expresión semejante a la de Mahakashyapa mientras Buda sostenía la flor blanca en su mano. ¿El nombre de la flor, para despertar? La palabra impronunciable. ¡Tu respiración! Respecto a su muerte, Nhat, rocío-y-alondra, previno: “No construyan una estupa para mí. No pongan en una urna mis cenizas. No me encierren ni limiten quien soy. Pero si construyen una, asegúrense de escribir un epitafio que diga: No estoy aquí. Además, pueden poner otro que declare: No estoy fuera tampoco. Y un tercero que afirme: Si estoy en algún sitio, es en vuestra respiración consciente y en vuestros pasos apacibles”. Adiós, Tich. Buen vuelo, colibrí. Regresaste al sitio del cual nunca partiste. Aquí, en la pagoda Tu Hieu; y por senderos veredales calarqueños, continúan el verde follaje de los pinos y el apacible murmullo de arroyuelos vadeando el bosque del templo; y millones de personas que respiran y no lo saben, corren y ambicionan y sufren. Los guayacanes quindianos, Nhat Hanh, florecen amarillos. Junto a tu cuerpo, entre tu féretro de mangle abrigado con una sábana amarilla; y por la silenciosa sala de meditación decorada con ambarinas margaritas, para acentuar tan soleados matices esparzo flores de calarqueños guayacanes amarillos, mudos bienteveos gorjeándole a tu silencio mayor. Las fotos tuyas, con flores en la mano, fueron tus más reveladores sermones sobre la paz.