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‘Atenea’, explosiva película que distribuye Netflix desde finales del año pasado, un derroche de acción, de violencia, miseria y odio que se respira en las periferias de las ciudades europeas, dentro de una trama trágica que se desarrolla en medio de los conflictos en que se debate el Estado con los pobres, los inmigrantes y los desplazados.
Dirigida por Romaín Gavras, hijo de Costa Gavras -se acuerdan de ‘Estado de sitio’- es un largometraje impresionante que refleja la profunda cólera del descontento social, un thriller político que evidencia el drama urbano de los inmigrantes desposeídos, su ira y su hambre de justicia. Desarrollado en un sector marginal de la capital francesa, muestra como horas después de la trágica muerte de un menor de origen musulmán en manos de la policía, en circunstancias inexplicables, se desata una guerra sin cuartel contra las autoridades locales en la comunidad marginal de Atenea, que deja a sus tres hermanos mayores en el centro del conflicto.
‘Atenea’ fue la cuarta película más vista de Netflix en España en septiembre pasado. Aquí la perspectiva es diferente a los conflictos que escenificó el padre del director, cuando se abordaba la lucha social a través de la guerra de guerrillas, el atentado subrepticio, la defensa de un ideario político partidista, la subversión larvada en la clandestinidad de los años sesenta y setentas en sociedades subdesarrolladas.
Ahora, Romaín nos pone, desde su cinematografía, en presencia de estallidos masivos y abiertos de amplios sectores de la población migrante en las ciudades de Europa, que luchan por hacer parte integral de su desarrollo social. Reivindicaciones étnicas y culturales de poblaciones desplazadas de las antiguas colonias africanas, incluso asiáticas, que padecieron la dominación del imperialismo y que hoy les niegan opciones cuando fueron objeto de la explotación y el despojo de sus recursos. No podemos olvidar que, después del colonialismo, el mar Mediterráneo, de Algeciras a Estambul, como dice la canción de Serrat, fue una barrera que mantuvo aislada a Europa de las reivindicaciones de sus vecinos pobres y ahora es una frontera que, a pesar de los sueños ahogados, “invita” a los desposeídos africanos a participar de las “mieles” del desarrollo de esos centros de poder.
Hoy Francia, lugar donde se desarrolla la película, es un país con más de 8 millones de musulmanes, de los más de 30 que tienen los 28 países de la Unión Europea. En su mayoría migrantes o descendientes de migrantes que pueblan la periferia y los cordones de miseria de sus ciudades, sin haber asimilado esa cultura francesa, y conservando todavía una cerrada estructura cultural de ghetto, que los hace extranjeros en su propio país, que manifiestan en asonadas y desórdenes callejeros donde expresan con frecuencia toda su frustración ante la falta de oportunidades en una nación donde rechazan su presencia, se denigra y ridiculiza sus convicciones religiosas.
Esta película nos muestra como el odio puede prevalecer en una sociedad.