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Es claro que el campo es determinante para el desarrollo económico y sostenible del país; sin embargo, registra una crisis profunda que se evidencia, en la creciente importación de alimentos que ya supera los 18 millones de toneladas al año, de acuerdo con las cifras del Dane, además, la bonanza turística ha provocado que una gran cantidad de pequeñas y medianas fincas productoras agrícolas ahora las destinen al turismo, dejando de lado la producción de alimentos, pero el reto más grande que tiene el Estado es frenar la deserción de los jóvenes del campo hacia las ciudades, pues no ven oportunidades, ni un futuro esperanzador, están desmotivados, ya que han visto cómo sus padres se envejecen explotados laboralmente, sin mayores garantías y sin con qué sobrevivir el resto de sus días.
El pasado viernes 2 de junio se celebró en Colombia el Día del Campesino, y en el Quindío como en todo el país, hubo las habituales presentaciones artísticas y los mercados campesinos, con el llamativo eslogan “del campo a su mesa”; pero la grave situación que viven diariamente los campesinos es un tema que casi nunca se menciona y pocas veces forma parte de la agenda de gobernantes. Si bien es cierto que, en el caso de este departamento, la administración de Roberto Jairo Jaramillo, a través de la secretaría de Agricultura, Desarrollo Rural y Medio Ambiente, diseñó un completo plan de extensión agropecuaria 2020-2023, con ejes temáticos que fomentan la productividad agrícola, las alianzas productivas, la gestión ambiental, la producción limpia, la adecuada utilización de las tecnologías en el campo, y promueve la asociatividad; también es cierto que tiene algunos vacíos, relacionados con la poca claridad en programas que conduzcan a la mitigación de problemas asociados a los precarios ingresos de los campesinos, poca o ineficiente atención en salud, el difícil acceso a la educación y las improbables posibilidades de una justa jubilación.
Esas condiciones indignas y deplorables a las que están sometidos muchos agricultores, quienes se ven precisados a trabajar hasta los últimos días de su existencia, hace que el campo no sea atractivo, aunque el sistema de Beneficios Económicos Periódicos (BEP), a través del cual los ciudadanos, incluyendo a los campesinos, pueden ahorrar para su vejez, se muestra interesante, pero para ellos, este programa es inalcanzable, inviable y poco práctico, debido a que los ingresos de los campesinos son muy bajos y no tienen la más mínima capacidad de ahorro; allí los congresistas tienen una tarea pendiente con el campesinado, revisar esa normativa y hacerle los ajustes pertinentes de tal manera que, los jornaleros puedan tener la certeza que la jubilación no será más un imposible, sino la justa retribución a su trabajo cultivando la tierra, que sientan que su trabajo es valorado con jornales justos, no los humillantes 30 o 35.000 pesos diarios que es lo que les pagan casi siempre; que la asistencia en salud forme parte de sus verdaderos beneficios, y que se les brinde la posibilidad de adquisición de vivienda cuando termine su vida laboral. Los campesinos esperan ansiosos la mano amiga del Estado.