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Si en su momento y por sus razones, según Mateo y Marcos, Jesús dijo: ”Dejad que los niños vengan a mí”, en la actualidad debería agregarse la invocación: “Dejad que vivan los viejos…” porque, mientras en nuestro medio la población priorizada para vacunación la han conformado personas mayores, en Bélgica se pide que dejen morir a los ancianos más débiles y con coronavirus fuera de los hospitales, lo mismo que a los residentes mayores de centros geriátricos que lo contraigan, o que sufran demencia y problemas físicos que los debiliten, o a quienes la Covid-19 les será fatal porque han tenido un pronóstico previo de muerte, ya que son pacientes con comorbilidades a quienes el tratamiento puede prolongarles la vida, sin ofrecerles posibilidades de recuperación.
Estas personas deben ser tratadas con medicamentos paliativos en las mismas residencias donde deben morir, en vez de ser internados en hospitales donde lo único que puede hacerse por ellos es brindarles los mismos cuidados con los que podrían beneficiarse en esos centros, resultando inhumano trasladarlos para que mueran allí; esta es la directiva que la Sociedad Belga de Gerontología y Geriatría ha hecho llegar a los médicos de los geriátricos.
Considerando que una de las bases del nazismo, seguramente su más pura esencia, es pensarse legitimado para decidir quién merece vivir y quién debe ser suprimido, en la Alemania Nazi se decidió que los judíos, homosexuales, comunistas, negros, enfermos, discapacitados físicos y mentales no eran necesarios, o suficientemente humanos y, por tanto, su eliminación era aconsejable, saludable y beneficiosa.
Transcurridos más de 70 años, hoy resurgen quienes piensan que hay seres humanos que no merecen cuidados médicos y que por eso hay que dejarlos morir, poniendo como excusa la pandemia.
Algo similar sucedió entre 1933 y 1945 cuando los alemanes, convencidos que ser arios les otorgaba total superioridad, también les daba la facultad para decidir quién podía vivir y quién no, quién era humano y quién no.
Asombra que políticos, médicos o intelectuales de países tan “progresistas” como Bélgica, propongan dejar que el virus haga su trabajo llevándose a los viejos, a los limitados, a los enfermos y a quienes se les puede negar la asistencia médica y la vida al considerar que no tienen derecho a ocupar camas con las que pueden salvarse jóvenes, planteamiento que resulta inaceptable, ya que los mayores de hoy aportan experiencia, sabiduría, vida, raíces, apoyo, recursos… y mucho de lo que se disfruta en la actualidad.
En Bélgica y los Países Bajos, la evolución de ese “pensamiento” continuará evitando recursos para los viejos, deshaciéndose de tetrapléjicos, parapléjicos, paralíticos cerebrales, dementes, amputados, discapacitados físicos y mentales, cancerosos y otros incurables por considerarlos improductivos y determinando cuántos años serán necesarios para entrar en la ralea de la ancianidad.
No debe extrañar la perversión moral en estos países ya manifestada con el genocidio belga en El Congo, la brutalidad neerlandesa en Indonesia y la segregación racial en Sudáfrica que impusieron con los ingleses.
Estos politicastros verdugos personifican la degradación porque, ¿Quién puede decidir con legitimidad sobre la vida de los demás?