Opinión / JUNIO 11 DE 2022

Las plegarias del árbol 1

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“Cualquier cosa que podamos imaginar ya ha sido creada por Dios y es real en alguna parte, ya sea en este mundo o en otro”. En su libro Conocer a Dios: el viaje del alma hacia el misterio de los misterios, cuya lectura sugiero a creyentes y ateos; para que devotos o agnósticos vislumbren otras vías hacia el despertar, la luz y el amor no constreñidas por axiomas religiosos, el médico y escritor de India, Deepak Chopra, expositor de enseñanzas ayurvédicas y del vedanta advaita, deliberando y arguyendo sobre Dios ya no desde el enfoque teológico o doctrinal, sino cimentándose en elementos de la neurociencia y la física cuántica, traza un novedoso camino para  ayudarnos a tener la certeza de la presencia de Dios a nuestro lado. Dios aquí y ahora, no después de muertos. O de algún distante lapso de eternidad. George Foreman lo reconoce cuando afirma que Chopra en esta obra “va colocando formas de experimentar a Dios en una secuencia de desarrollo, recapitulando ontogénica y biológicamente la filogenia”. Afirma Chopra: “La plegaria es un suceso cuántico ejecutado por el cerebro”. A lo largo de 416 páginas de apretada letra, nos familiariza con la presencia de Dios donde la luz es señal y huella de su realidad en nuestra vida. El fenómeno más visible que Dios proyecta frente a los ojos, los sentidos, la conciencia y el entendimiento del individuo que reconoce la vida como única jornada para el encuentro con Dios. Luz externa, luminosidad interior acompañándonos cuando inhalamos y exhalamos. Sin eclipsarse desde cuando nacemos hasta cuando morimos. Los árboles sin excepción, día y noche con cada una de sus hojas, flores o frutos, entonan perennes plegarias, oraciones, cantos y poemas que, revalidando la presencia física o sin forma de Dios en la naturaleza —radiante energía en perpetua danza—  también la reafirman en personas aptas para escuchar y ver tales plegarias. Sin necesidad de argumentos teológicos. Sin arduas filosofías que lastimen o distraigan los sentimientos de contemplación y unidad, los árboles nos abren puertas de la divinidad cuando caminamos por la montaña. Por un camino veredal, con ellos a lado y lado desvelando de manera sencilla lo sobrenatural.  Hablan de Dios en sus plegarias. Para no dejarnos resbalar en dudas, nos conceden generosos sus frutos verdes o maduros. Y flores de todo tamaño, forma, fragancia y tono. Y aves que con sus cantos hacen coro a las místicas confidencias de cada hoja. La redondez, la textura que percibimos en esa naranja, en esta guayaba o aquel aguacate, tienen más consistencia que una ecuación trascendente. Caminos hacia el cielo, el nirvana, el satori o la iluminación, que nada cuestan, pero no se compran con todo el oro del mundo. 


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