Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Una mezcla de repugnancia y conmiseración agrió mi ánimo el domingo; husmeando en la red tropecé con las grabaciones que hoy aterran la conciencia nacional. Nada distinto a repulsión, suscitan en primera instancia las pestilencias del segundo borrachín del gobierno. En mi caso, luego de tomar aire y expulsarlo con fuerza varias veces, en lucha contra las náuseas, recordé aquel 33 % de voluntad popular que hasta la fecha persistía en apoyar al presidente y a su errática gestión. A ellos, al disminuido caudal de creyentes del culto petriano, dirigí mis pensamientos en un segundo momento. Permítanme expresarles mi sincero pesar, mi solidaridad. Desengaño semejante, ni en sesiones con Bizarrap puede procesarse.
No agrada a todos sus malquerientes, registrar los fracasos parlamentarios, la pobre gestión administrativa, pero, sobre todo, la erosión de confianza y credibilidad que amenazan derribar el edificio político de Gustavo Petro. Por la salud económica-social del país, de nuestra conflictiva patria, cuna y espacio vital de millones de compatriotas, con total franqueza, detestamos comprobar el acierto de quienes combatimos -en pasado y presente- al actual titular del poder ejecutivo y a su círculo de predadores. Con igual actitud, llegamos a desear que, a fuerza de transparencia, ejecutorias creativas, convocatoria de voluntades alrededor de positivos cambios, la irracional izquierda, responsable de décadas de terror, incluido el golpe asestado al país el año anterior en forma de paro vandálico, trocara a fuerza política constructiva, ejemplar, que liderara un saludable golpe de timón. Con candoroso optimismo alcanzamos a imaginar una excepción en la cadena de fracasos zurdos en ensayos de gobierno. En menos de un año de ejercicio; sin embargo, las peores previsiones de caos en todos los órdenes, pero, sobre todo en el plano ético, de moralidad, han quedado cortas. La “nueva”, aunque en realidad resabida y resabiada casta, instalada a sus anchas, a cantina libre, en la Casa de Nariño, resultó de la peor catadura. Codiciosas, descocadas, filiales en ignorancia, ineptitud y resentimiento, estas hordas llegaron a los despachos oficiales con la consigna de arrasar con todo, de desbaratar lo hasta ahora construido sin mediar reflexión o análisis, de dañar por el prosaico placer de hacerlo; aunque eso sí, refinando los procedimientos de asalto al erario, de corruptelas, en sociedad con capitales tan oscuros como sus dueños.
De los fajos de pesos en chuspas de papel, de antaño, a los quince mil millones conseguidos por Benedetti, a maletines repletos de dólares en cajas fuertes de funcionarios de Palacio, a mansiones de Petro Jr. en Barranquilla, marca Marlboro, a incontables vuelos charter Bogotá-Barranquilla- Caracas y viceversa, con equipaje blindado, el discurso anticorrupción del pacto histriónico se desdibuja en muecas burlescas. Apenas la punta hasta ahora visible de un colosal témpano flotante en nuestra realidad.
Las dimensiones del monstruo, con creciente presencia en ministerios, institutos descentralizados y demás dependencias del orden nacional, son inimaginables; con obvia influencia en las regiones.
Cada día los titulares de medios y contenidos de redes nos traen más carga de pesadumbre e incertidumbre. Las acometidas contra la dignidad y capacidad operativa de la fuerza pública, contra opciones laborales en ciudades y provincias, contra la integralidad de las jubilaciones, contra pequeños y medianos emprendimientos, asfixiando los existentes y disuadiendo inversiones, no cesan. La amenaza real de un desabastecimiento de combustibles, trocando la autonomía energética actual que tanto ha costado, a depender de suministros de origen venezolano, pende de la maléfica voluntad presidencial.