Opinión / MARZO 22 DE 2014

Melancólica invitación al suicidio

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La canción, escrita por el poeta László Javor y musicalizada por Rezso Seress, se llama Gloomy Sunday. Triste domingo. Su nombre inicial fue Vége a világnac (Final del mundo). Luego, Szomorú vasarnáp y, hoy por hoy, henchido de enigmas: Gloomy Sunday. En cualquier estado de ánimo, escúchela varias veces y desde la tenue metáfora de Ciorán confirmará que “la vida es etérea y fúnebre, como el suicidio de una mariposa”.

Al saltar de Hungría a Estados Unidos, con funesto halo de canción maldita induciendo al suicidio, los publicistas ornamentaron la historia transformándola en lúgubre mito urbano. Tema de perturbadoras resonancias tanáticas, reinterpretado, remixeado y adaptado a  todos los estilos, desde el tango empalagoso en las voces de Mercedes Simone y Agustín Magaldi, rebasando la fina versión de Angelina Jordán, niña de siete años de edad, hasta el energúmeno Blackmetal de Negator y las trágicas guitarras del Gothic Metal, en Tunes of Dawn, este taumatúrgico lamento, pleno de factoides sentimentales, adquiere más popularidad cuando Rezso se suicida, arrojándose por la ventana de un elevado edificio en Budapest.

Gloomy Sunday, turbando emociones y revolviendo sentimientos, posee un persuasivo fondo de quebranto que evoca otro tema afín: Lux Aeterna, de Clint Mansell. Vedada en varios países, la censurarían supersticiosas emisoras; sería proscrita de heterogéneos programas de televisión y la escucharían con pavor, elemento de lóbregos ceremoniales con la muerte, en clubes nocturnos de Europa y Norteamérica.

Las interpretaciones modernas, estilo Sara McLachlan, Sinead O´Connors, Lidya Lunch, Björk o Etta Jones, abarcan mayor proporción de saudade y atropello a la vida. Inspirada por el suicidio de la amante de Seress o por el de la novia de Javor, Domingo triste es una vasta herida por donde entran todos los desengaños. Lugar de exilio para la soledad, invitando a morir y comprobando, desde su letra y música, la imposibilidad de apartar lo infinito de la muerte, la muerte de la música, la música de la nostalgia y el exceso de esta, del suicidio. Al hablar de melancolía, el jazz aflora por algún lado: Billie Holliday lo popularizó, introduciéndole sugestivos cambios a la letra. Las voces femeninas aventajan en número y calidad las masculinas.

En su interpretación, Diamanda Galas entrega una delirante despedida existencial cuya voz viene desde la muerte, no para festejar lo vital sino para ratificar que no vale la pena vivir con angustias a cuestas. Adios a la vida o bienvenida a la muerte, Diamanda no ofrece más alternativas en esta, una de las más sorprendentes versiones de la canción. Otra, la de Blanche Barton, para el álbum de temas satánicos de Szandor LaVey. “La cosa mejor que ha hecho la ley eterna es que, habiéndonos dado una sola entrada a la vida, nos ha procurado miles de salidas”, dice Vila-Matas en Suicidios ejemplares.


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