Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Durante 50 años el periodista Daniel Samper Pizano, ha ejercido una rigurosa vigilancia crítica sobre las altas esferas de la función estatal; ha puesto en evidencia negociados y expolios contra el erario público; ha divulgado el secretismo y los fraudes del sistema financiero y los abusos de autoridad que, sin sus valerosas revelaciones, hubieran pasado inadvertidos dado el control social y la jerarquía política y económica de sus autores cuyo comportamiento está enteramente determinado por sus propias “leyes”, y no por las de orden general que regulan la conducta del resto de la sociedad.
Sin embargo, no lo ha hecho de cualquier manera, sus trabajos han sido, igual que sus fascinantes libros de humor, moldeados en la prosa diáfana de un lenguaje moderno, lo cual entraña un ejercicio de rigor y lucidez intelectual que, aunado a la familiaridad estética y cultural de su inspiración, permite lecturas divertidas e intemporales. Es un académico de la lengua que hace descripciones densas, como pidiera el antropólogo Clifford Geertz a los formadores de opinión.
Tras esa apariencia de rabino zanahorio, el gusto por el postre de natas, el vallenato, Fontanarrosa y Les Luthiers, se esconde un periodista cáustico, insolente y crítico. Es la misma razón que lo lleva a apartarse y a menospreciar todo protocolo ceremonial hasta el punto de mofarse de sus promotores, como en aquella ocasión cuando fue a recibir uno de los galardones internacionales más cotizados, se presentó vestido de frac y zapatos de tenis. Algunas malas lenguas sostienen que camino de la ceremonia dejó amarrado a su perro Pachulí -con una vieja y chillona corbata- a la baranda torneada de la escalera que conducía al fastuoso escenario de premiación.
La principal virtud de este profesional cauteloso, consiste en no arrojarse por impulsos irracionales sobre los hechos escandalosos que atraen su interés hasta no estar seguro de su plena verificación empírica y de haber resuelto todas las dudas, cernidas desde el conocimiento y la ética.
Tanto su célebre columna de opinión -primero “Reloj” y luego “Cambalache”-, sin duda referentes periodísticos y de opinión en las que ha dejado un registro histórico y sociológico de “perenne legibilidad” de esa Colombia convulsa y cruel, como la “Unidad Investigativa de El Tiempo”, pionera en esa modalidad en Colombia y durante mucho tiempo única -cuyas pormenorizadas pesquisas nunca fueron objeto de rectificaciones categóricas-, han constituido fuentes de análisis y orientación para investigaciones académicas y la toma de decisiones judiciales.
Daniel Samper —para decirlo en lenguaje simple—, desempeñó al tiempo los roles simbólicos de procurador, contralor y fiscal, superando la práctica según la cual en este país se le pide explicaciones a todo el mundo menos a los poderosos. Y aunque varios de sus trabajos le granjearon aplausos y galardones, incluso internacionales como el Rey de España y el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia, también le conquistaron la animadversión de legisladores, ministros, banqueros y militares hasta el punto de tener que abandonar precipitadamente el país presionado por amenazas contra su vida.
Si bien la mayor parte de su ejercicio periodístico lo ha dedicado a reflexionar sobre la ética institucional, la paz y los derechos humanos, al considerar que solo una opinión pública ilustrada y bien informada tiene el poder de ayudar a las necesarias transformaciones sociopolíticas y culturales, también hizo contribuciones a la construcción de un conocimiento ambiental y a la lucha contra la explotación indiscriminada de nuestros recursos naturales por empresas transnacionales, frente a las cuales nuestros gobernantes han sido cómplices o, cuando menos, inferiores.
Según el registro del boletín cultural del Banco de la República, la primera investigación fue una serie de artículos sobre “el saqueo de la fauna colombiana hacia el exterior, que le valió el Premio Simón Bolívar en 1979”. Entre las indagaciones emprendidas por la UIT, la que en 1975 reveló millonarios chanchullos contractuales entre el ministro de Obras Públicas, Humberto Salcedo Collante, y Salomón Nader, en la administración López Michelsen, originó un borrascoso debate en las cámaras legislativas. Otro plausible hallazgo de la UIT fue el de los autopréstamos bancarios bajo el gobierno de Turbay Ayala en el Banco del Estado -un acumulado de fraudes, sobregiros ilegales y créditos a falsos ganaderos-.
En mayo de 1985, Daniel Samper escribió en su columna una nota titulada “La piedra de la luna”, en ella se preguntaba por el destino de un guijarro lunar que el gobierno estadounidense le había regalado al colombiano en junio de 1973. Samper sugirió que la piedra podía estar en manos del propio Misael Pastrana, quien la había considerado como un regalo personal y no como un obsequio al gobierno, razón por la cual, en vez de estar expuesta en el Planetario Distrital, engalanaba la residencia del expresidente conservador. “Una semana después la piedra lunar fue regresada al Estado por Juan Carlos Pastrana por encargo de su padre”, dijo la revista Semana.
Bajo el gobierno neoliberal de César Gaviria –quien le dispensó al país un apagón de 17 meses, se recuerda que la Unidad Investigativa destapó cómo algunos ejecutivos de la Ericsson habían pagado a funcionarios del Ministerio de Comunicaciones para obtener contratos como proveedores de suministros y líneas telefónicas a lo largo y ancho del país. Esa publicación desató un fuerte escándalo en toda América Latina. Por otra parte, la serie de los llamados “Roscogramas”, una especie de organigrama del nepotismo en el que familias de las élites regionales se repartían pedazos del poder burocrático y presupuestal, alcanzó enorme notoriedad.
En el ínterin, Samper ha producido libros magníficos de cálido e incisivo humor y en los que su vasta curiosidad penetra en aquel mundo remoto y frívolo de las élites y en la enfermiza vanidad de la “clase emergente”, que suele adquirir o alquilar los espíritus más débiles de la administración pública, el periodismo y la justicia, casi siempre en disposición de venderse por un trago, por un sancocho, por algo.
Sin duda, el pensamiento crítico, la agudeza reflexiva y el conocimiento pleno del modus operandi de la sociedad, con el mar de fondo de su exquisito buen humor, han constituido la base eficaz y convincente en la que este eterno enfant terrible estructuró su propuesta periodística para discernir la verdad entre las falsedades del poder.