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Tras la apariencia de una frágil figura corporal y de esa inalterable simpatía que irradiaba su faz de caballero gentil y decente, el doctor Hugo Gómez Gómez agenciaba un patrimonio de sólidos conocimientos en ciencias jurídicas, económicas y políticas, y en humanidades. Ese exquisito acervo cultural lo adquirió en la omnívora asimilación de textos académicos y en la fluida interacción con eminentes maestros y condiscípulos suyos en la Pontificia Universidad Javeriana.
Este espacio de construcción del saber fue, desde entonces, rica y continuamente complementado con el universo de los clásicos y el auxilio científico de los forjadores del pensamiento crítico, de los cuales extraía sus mejores tesis para traducirlas en amenas y brillantes argumentaciones, que muy pronto le enajenaron el prestigio, el reconocimiento y la confianza de importantes sectores de la sociedad quindiana, adonde había llegado procedente de Sevilla, Valle del Cauca, cuna de su nacimiento en 1946.
La personalidad y las calidades humanas y profesionales de Gómez Gómez le abrieron el campo fértil y anchuroso de la amistad con los intelectuales coetáneos más lúcidos de la Armenia de los años 60. Esta ‘barra bohemia’, de progresistas y demócratas de primera línea, dejaba oír los ecos de sus afiladas sentencias cargadas de teorías, de humor volteriano y de ácida ironía De Greiffeana, hasta las primeras luces del amanecer. En el curso de estas ‘tenidas’, Hugo se caracterizaba por la formulación de preguntas perturbadoras sobre la democracia local y la política nacional.
El lúcido y sagaz pensador de la izquierda liberal, Ramón Buitrago, escribió para entonces en el Diario del Quindío; “ese cuadro humano de eruditos, pedagogos y escritores reunidos constituía ‘el rostro de la época’. Allí se tejían las relaciones de analogía que mostraban cómo se simbolizaban los unos a los otros en el estadio de la fraternidad; o cómo expresaban todos, un mismo y único núcleo central. En términos de Michael Foucault, “guardaban todos, en sí mismos, su principio de cohesión”. Allí, los aportes conceptuales de Hugo animaban la dinámica del diálogo culto y de la controversia civilizada.
Sus reconocidas credenciales morales y su espíritu conciliador y de hombre de paz —trabajó arduamente al lado de su hermana, la virreina nacional de la belleza, Clarena Gómez, por la creación del departamento del Quindío como unidad administrativa autónoma, hasta entonces subordinado a Caldas y antes al Estado Soberano del Cauca—, fueron las motivaciones que llevaron al gobierno seccional a designarlo alcalde de Armenia en 1980.
Esta posición la desempeñó durante un año con decoro y eficacia administrativas, a la altura de los mejores, los más probos —muy pocos, por cierto—, como Hernán Palacio Jaramillo, Fabio Arias Vélez César Hoyos Salazar, Alberto Gómez Mejía, y Álvaro Patiño Pulido, estadistas de equipamiento mental moderno que la ciudadanía recuerda con admiración en la más que centenaria historia de la ‘Ciudad Milagro’.
Durante su mandato, el joven alcalde Hugo Gómez planeó y ejecutó la solución de la más grave crisis en los servicios públicos que había dejado sin la provisión de agua a la mitad de la ciudad. Para superar esta emergencia, desarrolló obras de mejoramiento, conducción, ampliación y optimización de la planta de tratamiento de la capital.
Al mismo tiempo, adelantó programas de renovación urbana, con nuevos parques y la apertura y la pavimentación de numerosos sectores de la ciudad con el aporte del trabajo comunitario. Reformó y actualizo el código fiscal del municipio para optimizar los recaudos y agilizar el sistema de pagos e impulsó la idea de hornos crematorios como una acción laica de la administración local.
Fue gerente de la Caja Agraria regional y de la Lotería del Centenario de Armenia. Desempeñó las secretarías de Gobierno de Armenia, y de Educación del departamento. En dos oportunidades ejerció como concejal de la capital quindiana. Espacio desde el cual presentó y sustentó iniciativas, que fueron reconocidas y tomadas como ejemplo en otras capitales del país.
Pero se nos ha ido. El cruel aletazo de la parca marcó abruptamente el final de ese espíritu promisorio, con el dolor de los amigos y de amplios sectores de la sociedad quindiana que —dadas las circunstancias de aislamiento obligatorio—, no pudimos ofrecerle los honores públicos y el homenaje popular que su memoria digna y prestigiosa merece. Vayan estas sentidas letras, necesariamente supletorias, como testimonio de la admiración que siempre le profesamos al amigo, al intelectual y al ciudadano ejemplar.