Opinión / MAYO 28 DE 2023

Ser un adulto responsable

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Aún recuerdo con nostalgia aquellos días en los que ansiaba ser adulto para poder sacar dinero de esas cajas a las que mi mamá les insertaba una tarjeta, ponía una clave, y después, según yo, le tiraban todos los billetes que ella le indicara, sin límite alguno. Tal vez por eso me resultaba incomprensible y antipática cualquier negativa a mis demandas de juguetes y comida en el centro comercial. Por esos tiempos, también quería una casa con piscina, jacuzzi, mesa de ping pong, pista de karts, maquinitas y una pecera gigante con pirañas y tiburones. En medio de esas fantasías, sobresalía una muy especial: una despensa abarrotada de chucherías como gomitas ácidas, decenas de paquetes de Nuggets de Milo y una reserva constante de cien tubos de Pringles de cebolla. 

Como muchos de los niños que crecieron en los noventa, fui fan de MTV, de las series y películas gringas, y de la gastronomía norteamericana. Con comida chatarra celebrábamos fechas especiales y triunfos académicos. Pizzas, perros calientes, hamburguesas y pollo apanado, eran parte del menú feliz. En esos tiempos, soñaba con que franquicias como McDonalds, Burger King, Taco Bell, Pizza Hut, Domino’s y Papa John’s llegaran a Armenia. En las películas que veía, los adolescentes que comían en estos sitios y tomaban Pepsi parecían ser más felices que yo. 

Yo me imaginaba que, sin el yugo gastronómico de mis padres, podría disfrutar de un menú gringo cualquier día de la semana, sin tener que ganar Matemáticas o cumplir años. Lejos estaba de preocuparme por mi salud. Sin embargo, a medida que fui comprendiendo los vínculos entre esa comida y la diabetes, el cáncer y los infartos, mi visión cambió. Enterarme de que esas deliciosas chucherías de mis fantasías infantiles contenían cantidades obscenas de azúcar, grasas y aditivos químicos que podrían enfermarme e incluso matarme, me generó conflictos internos y reflexiones sobre las prioridades en la vida. El sabor, que antes era el único factor relevante, se convirtió en una preocupación secundaria. Después de mi primer dolor de cabeza por exceso de M&M’s y de mi primer mareo por exagerar con las alitas BBQ, comencé a preocuparme por lo que tragaba. Anthony Bourdain, un chef al que admiré profundamente, afirmaba que nuestros cuerpos no son templos, sino parques de diversiones. Pero Anthony, uno puede morirse disfrutando de una montaña rusa si no toma las medidas de precaución o se desabrocha el cinturón de seguridad en el proceso. 

No es necesario renunciar por completo a esos alimentos que atentan contra nuestra salud y les causan orgasmos a nuestras papilas. Para empezar, basta con realizar acciones simples, como bajarle el azúcar de nuestras bebidas a la mitad, al igual que a la cantidad de salsa que le ponemos habitualmente a nuestras papitas. Tener un moderado sobrepeso no significa tener mala salud, al igual que ser un flaco feliz, pero educarnos sobre nutrición y decidir con cabeza fría podría ser de gran ayuda si no queremos morir tan tan pronto.


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