Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
¿Se han preguntado por qué, pese a todas las tragedias, dramas sociales y miserias, traídas a la vida colectiva por el régimen Chávez-Maduro, el pueblo venezolano sigue optando por huir, por afrontar caminatas de meses, de hambre, de dolor, por ser sujetos de desprecio y recelo en cuanto lugar del ancho mundo tocan, en lugar de derrocar la tiranía que los somete en lo personal y los destruye como nación? ¿Qué factores hacen pusilánimes a los descendientes de don Simón de la Santísima Trinidad en la defensa del legado democrático e inamovible el oprobioso régimen, hoy constituido para desgracia y vergüenza del continente en una segunda Cuba, en otro “paraíso comunista” en predios del Caribe? Indagar al respecto nos aproxima a la solución del complejo acertijo; el mismo que debería inquietarnos a los colombianos: una entre varias consideraciones: al tiempo que industrias, comercio, agro, perdieron importancia como empleadores de recurso humano, víctimas de expropiaciones arbitrarias, escasez o carencia total de materias primas e insumos, agotamiento de divisas para importaciones y capacidad de consumo ciudadano, el tamaño del Estado, esto es de la burocracia en dependencias oficiales, fuerzas armadas, nuevos ministerios e instituciones parásitas del poder ejecutivo, creció sin cálculo ni control, multiplicando la carga presupuestal, la multitud de enchufados al régimen en condiciones laborales precarias, los brotes de violencia y delincuencia callejera, la corrupción generalizada, y la crisis alimentaria aún lejos de ser superada. De igual o mayor incidencia, fue el súbito y dramático desmedro del precio del petróleo que marcó el fin de una bonanza dilapidada por la tiranía en la inútil búsqueda de liderazgo continental, en latrocinios y asaltos a las arcas públicas por parte de la cúpula del poder y sus segundones.
En cualquier caso, el daño económico al país se consumó de la peor manera, dejando lacras imborrables en la nacionalidad venezolana. No obstante, el calculado y perverso efecto se logró a plenitud: poner al pueblo venezolano a comer del plato del Estado, al punto de hacerlo totalmente dependiente del mismo. Manejar hambre y necesidades insatisfechas a favor de quien detenta el poder es una vieja práctica de dominación.
La estrategia Clap hace parte del manual de uso para quien ejerce el poder político. Poco pan y algo de circo, continúa siendo fórmula efectiva al alcance de cualquier zurdo con ambiciones de dictador.
¿Morderemos el anzuelo de reformas diseñadas con propósitos semejantes?